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En tiempos como los actuales, siempre es bueno tomar perspectiva y volver a los clásicos. Decía Adam Smith –en su obra “La teoría de los sentimientos morales” publicada en año 1759– que el sentimiento del que procede toda acción y del que depende toda su virtud o vicio, puede ser considerado bajo dos prismas: uno, relacionado con la causa que lo provoca; y, el otro relacionado con el fin que se propone o el efecto que tiende a producir.

Llevado hoy al terreno empresarial, este símil se puede aplicar al desarrollo sostenible como un fin aspiracional y necesario para las compañías; y, la inercia del sistema, que rige nuestro modo de vida, constituye la causa que incita a replantearse el funcionamiento del modelo económico.

Hace unas semanas se reflexionaba en este foro sobre la necesidad de las empresas respecto a bailar con más de un cisne. Esa idea consiste en huir del corto plazo basado en la obtención de resultados miopes –esto es, aquellos más inmediatos–, para esforzarse por mirar hacia el horizonte en el largo plazo e incorporar la sostenibilidad y las expectativas de los grupos de interés en la toma de decisiones, tanto a nivel público como privado.

Europa ya lo está haciendo con palancas como el Plan de Recuperación Verde o la Taxonomía de Finanzas Sostenibles y espera que los estados miembros y las empresas respondan en consecuencia.

La Recuperación Verde de la UE marcará las reglas

Este plan de la Unión Europea, que determinará el terreno de juego de aquí a 2027, supone una decisión continuista respecto a las estrategias y planes que lleva definiendo en los últimos tiempos, con el compromiso de la neutralidad en carbono en 2050, donde además, asume una mayor ambición en relación con el desarrollo sostenible.

Si bien se ha planteado un fondo europeo para la recuperación sostenible, la financiación privada será coprotagonista en un contexto en el que los actores económicos que quieran beneficiarse de ese capital tendrán que ser soluciones o habilitadores del desarrollo sostenible mediante sus prácticas corporativas.

Esto pone de manifiesto que ya no sólo importa el “cómo” sino el “qué”. Ya no bastará con que las compañías realicen sus actividades actuales de la manera más adecuada posible, sino que quizás –y no tan quizás– tengan que reinventarse y poner la lupa sobre cada eslabón de su negocio para ver qué proporción de la propuesta de valor es sostenible. Y es en este punto donde la Taxonomía Europea de Finanzas Sostenibles cobra sentido.

La Taxonomía Europea de Finanzas Sostenibles como brújula

En marzo de este año, el grupo de expertos encargado de elaborar este marco culminó su encargo. Se trata de un instrumento para ayudar a los inversores, las empresas, los emisores y los promotores de proyectos hacia la transición a una economía baja en carbono, resiliente y eficiente en el uso de los recursos.

Desde el punto de vista técnico, la taxonomía establece umbrales para las actividades económicas que:

  1. supongan una contribución sustantiva a uno de los seis objetivos ambientales: mitigación del cambio climático, adaptación al cambio climático, protección y sostenibilidad de los recursos acuáticos y marinos, transición hacia la economía circular, prevención y control de la contaminación y protección y restauración de la biodiversidad y los ecosistemas.
  2. no produzcan un daño significativo a los otros cinco, cuando sea pertinente;
  3. cumplan con una serie de salvaguardas sociales mínimas ­­–por ejemplo, las Directrices de la OCDE para Empresas Multinacionales y los Principios Rectores de las Naciones Unidas sobre Empresas y Derechos Humanos–.

Con estos umbrales se pretende que los promotores de proyectos y los emisores puedan acceder a una financiación “verde” o “sostenible” para mejorar su desempeño ambiental, y también ayudará a identificar las actividades que ya son inocuas para el medio ambiente. El resultado: impulsar los sectores “bajos en carbono” y descarbonizar los intensivos en carbono. En este contexto, la aplicación de los principios de la taxonomía por parte de las compañías permitirá el aprovechamiento de oportunidades de inversión y posicionarse con ventaja respecto a quien no lo quiera asumir (por ejemplo, en el desarrollo y aplicación de marcos de financiación ESG ­–de sus siglas en inglés ambientales, sociales y de gobierno corporativo–).

Más miradas hacia el desempeño corporativo y lo que está por venir

A las exigencias europeas, se suma el escrutinio de analistas e inversores ESG sobre el comportamiento empresarial. En apenas unas semanas un gran número de compañías a nivel mundial van a someterse a examen en un hito en el calendario de la sostenibilidad, el Dow Jones Sustainability Index. Y no lo hacen por buenismo, lo hacen como un ejercicio de mejora continua y también de reconocimiento, pues aspiran a formar parte del colectivo de empresas más sostenibles del planeta y demostrar con ello un compromiso ambiental, social y económico robusto a estos grupos de interés.

Esta “selectividad” cada año aumenta su exigencia y, en concreto, algunas cuestiones como las finanzas sostenibles o la estrategia climática suponen gran parte de la puntuación que está en juego.

Por ello, el hecho de aplicar los avances que están teniendo lugar desde el punto de vista de la taxonomía, incluyendo los relacionados con el Cambio Climático, de la mano de la Task Force on Climate-related Financial Disclosures del Financial Stability Board (FSI) o los requerimientos que contempla la Ley 11/2018 de información no financiera y diversidad, no debe considerarse opcional, pues será determinante para estas empresas si quieren continuar apareciendo en el índice.

Asimismo, son muchos otros analistas los que también observan a las compañías respecto a estas cuestiones y utilizan esta información para que los proveedores de capital tomen decisiones de inversión. En épocas de crisis como la que estamos presenciando, lo que antes algunos consideraban fe ciega, se ha materializado en mejores resultados en los mercados de capitales. El mejor comportamiento de los fondos con criterios sostenibles o ESG durante los meses de mayor incertidumbre, que se han mantenido más estables que los que no tienen estas características, consolida a la sostenibilidad como un valor más seguro.

Algunos players como Blackrock, que juega un papel relevante como inversor en el IBEX-35 y en otras muchas empresas de todo el mundo, ya lo tenía claro hace tiempo y continúa sentenciándolo en sus últimos movimientos: el pasado 14 de julio ejerció su derecho a voto contra los consejeros y la política de retribución de 53 empresas que considera “no sostenibles” y ha afirmado que vigila a otras 191 por no avanzar en su política climática.

Es más, hace apenas unos días, la portada del Financial Times anunciaba que Christine Lagarde, al frente del Banco Central Europeo (BCE), habla de “invertir en el planeta” y en concreto ha establecido los “objetivos verdes y de lucha contra el cambio climático” como prioridad en la agenda del BCE en la compra de bonos.

En definitiva, esto no significa que la sostenibilidad y la gestión responsable hayan llegado para quedarse, sino que siempre han estado ahí, incluso antes de que Adam Smith se parase a filosofar sobre los sentimientos morales. No hay más ciego que el que no quiere ver.

Fátima Enríquez Lago

Consultora Senior en el Departamento de Sostenibilidad y Buen Gobierno