Auditoría & Co

Negocios de e-commerce como el dropshipping, plataformas de crowdlending o crowdfunding, empresas cuyo stock es el “big data”, startups que dan valor añadido a ese “big data” para convertirlo en “smart data” a través de la inteligencia artificial, negocios 100% digitales o que ayudan a las empresas tradicionales en su digitalización, negocios que apuestan por el “Internet of Things” (IoT), nuevas plataformas de distribución… Los nuevos modelos de negocio han llegado para quedarse, y con ellos, unos nuevos actores.

Casi todos estos nuevos modelos de negocio surgen del emprendimiento, el cual no sólo está impactando en nuestra economía productiva sino que está modificando nuestro ADN más social: se está variando el dress code, se está cambiando el estilo de liderazgo de forma que el mismo conecte mejor con las nuevas generaciones y fomente la creatividad, se consolidan palabras como el “empowerment”, entendido como el otorgamiento de poder a los empleados para que puedan tener iniciativas y tomar decisiones que permitan resolver problemas y mejorar el servicio… Y en cuanto a nuestro sistema educativo, ya es habitual que los niños de educación primaria estudien robótica como extraescolar, que en secundaria se impartan asignaturas sobre iniciación a la actividad emprendedora y empresarial y el mes pasado, sin ir más lejos, se anunciaba que Madrid tendrá la primera universidad especializada en IoT, iniciativa promovida, como no, por cuatro emprendedores.

Desde el punto de vista empresarial, todas estas iniciativas acostumbran a tomar forma a través de la creación de una startup, una empresa de nueva creación que presenta grandes posibilidades de crecimiento y, si todo va bien, la oportunidad de conseguir un modelo de negocio escalable. Y aunque no es exclusivo, normalmente el término se utiliza para iniciativas con un fuerte componente tecnológico, vinculadas a las TIC (tecnologías de la información y la comunicación) y a internet, y que apuestan por modelos de negocio disruptivos, con el objetivo de dar valor a los clientes utilizando enfoques que difieren profundamente de los utilizados previamente.

¿Y cómo afectan estos nuevos modelos de negocio a la auditoría financiera y a los usuarios de la información financiera?

Una startup, por su propia definición, no está obligada a auditarse. Pero si en algo se diferencia el emprendedor del empresario, es que el primero no acostumbra a poder financiar su propio proyecto. En consecuencia, una vez superada la primera fase de obtención de fondos a través de los FFF’s (Fools, Friends and Family), entran en escena fuentes estructuradas de financiación, como pueden ser organizaciones públicas que ofrecen financiación a proyectos emprendedores, como es el caso de ENISA (Empresa Nacional de Innovación, S.A.) dependiente del Ministerio de Economía, Industria y Competitividad y que apoya al emprendimiento a través de préstamos participativos, o el caso del CDTI (Centro para el Desarrollo Tecnológico Industrial) dependiente del mismo Ministerio y que proporciona financiación a proyectos de I+D+i y a empresas de base tecnológica.

Una vez se ha conseguido esta financiación inicial, es el turno de las incubadoras y aceleradoras, que aparte de mentorizar, ponen en contacto a los emprendedores con posibles inversores, por ejemplo a través de redes de Business Angels o de plataformas de crowdfunding (fintech). Y finalmente, en el ámbito de la financiación privada encontramos el venture capital o fondos de capital riesgo.

Y son estos inversores, o usuarios relevantes de la información financiera, los que normalmente exigen a las startups que preparen y presenten información financiera auditada, aunque legalmente no estén obligadas a ello, por no cumplir con los límites establecidos legalmente. Y aunque en las fases iniciales de estos proyectos el control de costes es fundamental, el auditar las startups es una de las mejores decisiones que pueden tomar los inversores, tanto por los riesgos a los que las mismas están expuestas, y que desarrollaremos en el próximo artículo, así como por la información adicional que los informes de auditoría pueden proporcionar, lo que les puede ayudar a tomar mejores decisiones.

En conclusión, aunque no sea obligatorio, el someter a las startups a auditoría financiera es un mecanismo que incentiva la profesionalización de estas entidades y que dota a los inversores de una fuente de información adicional para tomar sus decisiones, siempre entendiendo que el auditor no emite una opinión sobre el plan de negocios en base al cual se realizó la inversión, sino sobre las cuentas anuales formuladas por el órgano de gobierno de la entidad.

Fuente: Mazars

Source