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Tanto la sociedad española como los servicios públicos se están enfrentando a la actual crisis sanitaria haciendo gala de dosis elevadas de responsabilidad, capacidad de sacrificio, solidaridad, profesionalidad, por citar algunos de los rasgos más relevantes de nuestro comportamiento en las últimas semanas. Todos los días tenemos ocasión de emocionarnos y enorgullecemos cuando somos testigos de casos ejemplares a través de las redes sociales y los medios de comunicación. También experimentamos reacciones de rechazo cada vez que vemos que, en este contexto, algo no funciona o no ha funcionado como debiera. Hemos de ser conscientes que la gran mayoría de nosotros, afortunadamente, no hemos sido testigos de situaciones similares a lo largo de nuestra vida.

El sistema sanitario está compaginando la excelente calidad de sus recursos humanos, su capacidad diagnóstica y terapéutica, el éxito de la multiplicación de las unidades UCIs disponibles o la apertura de nuevas camas, con los fallos de coordinación entre las distintas administraciones, la ausencia de capacidad de anticipación y organización respecto de algunas de las circunstancias vividas y la falta de materiales adecuados para la protección de todos los profesionales o de test que nos permitan disponer de información para la toma adecuada de decisiones. El contraste entre el excepcional comportamiento de las personas y la percepción de las evidentes posibilidades de mejora del sistema conduce a una cascada de impresiones y conclusiones contradictorias. No es este el momento ni el lugar para una revisión de lo hasta aquí acontecido. Pero dado que aun no hemos superado esta crisis, sí puede ser el momento de, sin distraer a los que están en la primera línea de defensa contra el virus, intentar señalar algunos aspectos que nos pueden ayudar a gestionar la imprescindible y urgente recuperación de la nueva normalidad. Algunos resultarán, sin duda, evidentes, pero todos son necesarios.

Tras el reciente anuncio de una nueva prórroga del estado de alarma hasta el día 9 de mayo, ya contamos con un período de confinamiento que llegará a las 8 semanas. La severidad de este confinamiento ha ido cambiando de acuerdo con las circunstancias a que nos enfrentábamos, con un punto álgido en los diez primeros días de abril y un previsible relajamiento, muy limitado, a partir del 26 de abril. El entendimiento general es que la finalidad del confinamiento definido por la declaración del estado de alarma consiste en contener el contagio de la enfermedad, tanto para minorar la cifra de personas afectadas por la enfermedad, especialmente de colectivos de riesgo, como para impedir el desbordamiento del sistema sanitario. La severidad de la enfermedad en determinados casos, la velocidad del contagio, también durante el periodo de incubación y en asintomáticos eran circunstancias que podían conducir a la saturación del sistema una vez que se contaba con la certidumbre de un grado relevante de afectación de la población. Adicionalmente, se han adoptado diversas medidas para incrementar la capacidad de dicho sistema, desde la construcción de hospitales de campaña, la creación de hoteles medicalizados, la contratación de personal sanitario adicional o el esfuerzo general en fabricación y compra de material necesario.

El inicio de la nueva normalidad

Un análisis inicial de fechas y cifras parece conducir a la impresión de que aquellos países que más tardaron en adoptar medidas de contención desde la fecha en que se produjeron los primeros casos, han adoptado medidas más rigurosas de confinamiento. La ausencia de datos adecuados y suficientes sobre las personas realmente infectadas deriva en que en este momento desconocemos el alcance actual de la infección. No obstante, se hace preciso empezar a diseñar la estrategia de vuelta a la normalidad personal, social, económica y política, y diversas cuestiones deben ser tenidas en cuenta para las próximas semanas. Esta ausencia de información, que incrementa la incertidumbre en la toma de decisiones, se puede concretar en que están disponibles numerosos datos sobre la enfermedad, pero no sabemos, entre otras cuestiones, los datos relevantes respecto a número de personas realmente infectadas, calendario, distribución geográfica, movilidad, personas que han generado anticuerpos, por citar algunos ejemplos. Se hace especialmente necesario tanto cerrar las cuestiones metodológicas, como disponer de test o procedimientos de diagnóstico que doten de certidumbre a la información disponible de modo que las decisiones que han de adoptarse puedan estar basadas en una mayor evidencia científica.

La ausencia de material de protección adecuada durante las primeras semanas de la crisis ha derivado en que numerosos profesionales del sistema sanitario, social, miembros de cuerpos y fuerzas de seguridad, entre otros, se han contagiado. Si uno de los objetivos del confinamiento es proteger el sistema sanitario, deberíamos contar, antes de la apertura, con una evaluación de la situación actual que permita conocer la capacidad de respuesta en distintas situaciones de estrés. La velocidad a la que recuperemos la normalidad debe acompasarse con la capacidad del sistema sanitario para tratar los pacientes, tanto Covid como no Covid que se vayan produciendo en cada momento. Y en este aspecto es especialmente relevante la adecuada coordinación interadministrativa que permita el uso eficaz de toda la capacidad disponible en territorio español.

Los pocos datos disponibles ya están anticipando que el impacto económico del confinamiento va a ser muy elevado, por lo que avanzar en la apertura de actividades es imprescindible, garantizando que no hay una vuelta atrás en los objetivos conseguidos hasta ahora en el control de la epidemia. Esto no significa que debamos esperar una ausencia de contagios en los próximos meses. Con independencia de la estacionalidad de la enfermedad, hemos de ser conscientes de que la expansión de la enfermedad seguirá, como sigue en el momento actual después de cinco semanas de confinamiento. Mantener el grado de cohesión social alcanzado hasta la fecha ha de ser también uno de los objetivos. Para ello es imprescindible que el conjunto de la población entienda cuáles son los objetivos que se están persiguiendo y el modo en el que se van a alcanzar. La sociedad española ha demostrado ya un grado relevante de madurez durante estas semanas, demostrando que esta capacitada para ser la protagonista de la recuperación de la nueva normalidad con responsabilidad, profesionalidad y solidaridad.

Varios países de nuestro entorno han seguido estrategias diferentes a la española en la etapa de contención y ya están iniciando la reactivación tanto social como económica con sujeción a una serie estricta de condicionantes del comportamiento y las relaciones sociales. Ya no es tiempo de cambiar la estrategia adoptada. Las decisiones que se adoptaron en los estados iniciales de la enfermedad han marcado su evolución posterior, pero sí es posible identificar y evaluar aquellas estrategias de apertura segura que se están siguiendo en sociedades de nuestro entorno.

El papel de la tecnología

La tecnología ha permitido a una parte muy relevante del tejido productivo mantener su actividad mediante el teletrabajo y el comercio electrónico. También ha permitido, en diversos países, mejorar la gestión de la crisis sanitaria utilizando soluciones de autodiagnóstico, localización de personas infectadas y obtención de datos fiables tanto en personas sanas como enfermas. Parece bastante claro que la disponibilidad de la misma ha permitido mejorar la gestión de la crisis y mitigar, en alguna medida, sus efectos. Resulta difícil vislumbrar un amplio proceso de apertura en el corto plazo sin la generalización en el uso coordinado de herramientas y soluciones tecnológicas.

Múltiples sectores han de adaptar su actividad a una nueva realidad en la que la distancia social y la protección de trabajadores y usuarios incremente el nivel de seguridad de modo suficiente mientras debamos convivir con el riesgo de Covid-19. El primer paso es el desarrollo de protocolos, idealmente por las autoridades sanitarias, de seguridad claros, efectivos y detallados para que todos los agentes puedan aplicarlos y se pueda verificar que son aplicados. Además de garantizar niveles de seguridad adecuados, es la condición necesaria para recuperar la confianza de trabajadores y usuarios. La condición suficiente será la disponibilidad de equipos de protección para todos. Más adelante será el momento de una reflexión sobre el carácter estratégico para una sociedad de determinados suministros, pero en este momento es esencial contar con los materiales necesarios para poder normalizar, con el cuidado extremo recomendado, la vida de los ciudadanos.

Nuevamente el elemento tiempo es decisivo. Tras el convencimiento general de que no hemos sido capaces de anticiparnos a la crisis sanitaria derivada del Covid 19, de nuevo tomar las decisiones y hacerlas ejecutivas en el momento crítico es esencial si miramos al futuro cercano. El objetivo del proceso de apertura debe ser recuperar la actividad económica, en las condiciones de seguridad sanitaria reiteradas, del modo más rápido posible. En este caso, el mero transcurso del tiempo puede terminar con una parte significativa de nuestro tejido productivo. La certidumbre sobre las medidas de política económica que se van a adoptar y su credibilidad son el elemento necesario para que las organizaciones tomen decisiones que puedan permitir la vuelta a la normalidad. Empezar a planificar ya como gestionar el nuevo período es imprescindible para que suceda en un plazo razonable. Ahora más que nunca, atenuar el impacto económico de esta crisis es condición necesaria para la supervivencia en el corto plazo del estado del bienestar y de la sociedad misma tal como la conocemos.

Cándido Pérez - Socio responsable de Infraestructuras, Transporte, Gobierno y Sanidad