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Estrés es lo que se sintió en 2008 a raíz de la crisis financiera que puso al sistema en su conjunto en entredicho y que requirió, de forma urgente, un refuerzo en la supervisión de las entidades bancarias. Como solución, se impusieron los test de estrés y se incrementó la demanda de transparencia en cuanto a los riesgos a los que están expuestas estas entidades y a los mecanismos implementados para su correcta gestión.

Nueve años después, y gracias a todo el trabajo llevado a cabo, los test de estrés no son sólo una pieza clave en la supervisión de los bancos centrales sobre la gestión de riesgos de las entidades financieras, sino la base de una buena gobernanza, y esto significa incorporar elementos extrafinancieros en el análisis y evaluación de la calidad de la gestión de las entidades.

Tras el Acuerdo de Paris, se ha reducido al mínimo la contestación de las bases científicas sobre las que se sustentan las proyecciones del calentamiento global. Los escenarios que se dibujan, afectarán de forma generalizada a la economía. Nicholas Stern calculó ya en 2006 que estas consecuencias podrían derivar en una reducción anual del PIB mundial de hasta el 20%.

Es por ello que los efectos de calentamiento global no pueden quedar fuera de un análisis de riesgos robusto en el sector financiero. Las entidades del sector, a través de sus actividades de financiación, están ligados a los motores de la economía y de esta forma decidir si en la transición hacia una economía baja en carbono quieren estar sentados a la mesa o ser parte del menú.

En los últimos años, hemos podido ser testigos del desarrollo de numerosas iniciativas encaminadas a promover una mejor gestión de los riesgos climáticos y a fomentar la transparencia gracias al desarrollo de guías y estándares de reporte al respecto. Hasta ahora, muchas de estas iniciativas se centraban en orientar a las entidades sobre el cálculo y reporte de la huella de carbono propiamente dicha (emisiones GEI), sin tener en cuenta los aspectos financieros del cambio climático. Sin embargo, el grupo de trabajo creado bajo el paraguas del Financial Stability Board denominado Task Force on Climate-related Financial Disclosures (TCFD, por sus siglas en inglés) y presidido por Michael R. Bloomberg, está impulsando de forma muy decidida y de la mano de los reguladores, primero la información y después el deber de gestión de los riesgos financieros derivados del cambio climático. El fin de este proceso es disponer de una información más completa y homogénea para que los participantes en los mercados financieros puedan tomar mejores decisiones.

Este proceso va más allá del cálculo de la huella de carbono y de los actuales métodos de reporting – CDP o GRI entre otros – y aporta más relevancia al análisis de futuros escenarios como herramienta clave para comprender cómo los riesgos físicos y de transición (regulatorios, tecnológicos, reputacionales, etc), así como las oportunidades relacionadas con el cambio climático pueden afectar al desarrollo del negocio.

Un punto crítico del proceso está siendo la selección de los escenarios más probables, para lo que el TCFD recomienda usar como mínimo un escenario de 2ºC de aumento de temperatura, complementándolo con otros escenarios que puedan ser relevantes para la compañía como los escenarios relacionados con las Nationally Determined Contributions (NDCs) o escenarios más pesimistas “business as usual” que nos llevarían a superar el escenario de 2ºC. Lo interesante de incorporar este análisis por escenarios es evaluar y, sobre todo, cuantificar cómo en cada uno de ellos adquiere un peso más relevante el riesgo regulatorio o el riesgo físico.

Se espera que esta guía vea la luz a mediados de año marcando un antes y un después en el uso de este tipo de información por parte del mercado. A pesar de ser un estándar voluntario, fomentará la comunicación homogénea de la gestión de riesgos climáticos en los informes financieros de las compañías y permitirá que las entidades financieras dispongan de más información para medir y gestionar los riesgos de sus carteras.

El camino por recorrer aún es largo y es justo reconocer la complejidad del análisis del riesgo de carbono que encuentra el sector financiero así como la escasez (casi inexistencia) de marcos comunes para el análisis de este riesgo. Según un reciente estudio publicado por Boston Common Asset Management, a pesar de que los bancos han progresado en cuanto a la adopción de estrategias frente al cambio climático, sólo algunos de ellos realizan test de estrés ambientales y prácticamente ninguno integra los resultados de esos test en la toma de decisiones.

Por todos estos motivos, hoy en día resulta de gran utilidad el desarrollo de iniciativas, como la del FSB, que aboguen por la transparencia y la homogeneidad de la información publicada. Sin duda, fomentarán el avance hacia la realización de test de estrés que modelicen los riesgos climáticos a los que se enfrenta el sector y que permitan su identificación anticipada y posterior gestión y minimización. La única forma de que el sistema financiero pueda seguir existiendo, tal y como le conocemos, es que esta gestión de riesgos climáticos sea incluida como un bloque más en la evaluación de las entidades.

Lara Altable es Asociada en Gobierno, Riesgo y Cumplimiento de KPMG en España